Primera.
Es el primer domingo de cuaresma, es de noche, vamos a acompañar una celebración especial.
Es el primer domingo de cuaresma, es de noche, vamos a acompañar una celebración especial.
Ingresamos al templo y aquello nos desborda, lo que vemos no
se parece exactamente a la idea que tenemos de un templo.
En el interior se ven luces moradas que iluminan las
columnas desde la base, de otro lado se ve toda una instalación de luces, de
sonido, una gran pantalla multimedia. No
parece una discoteca, pero, templo, lo que se dice templo… tampoco.
En un rincón, separado con biombos adornados, un espacio
donde gran espejo tiene en los bordes preguntas personales para ayudar a
revisar la vida. Al costado un par de
sillas, frente a frente y luego un lugarcito donde hay restos de papeles quemados.
¡El confesionario!.
Las sillas son de metal, de colores, no como las bancas de
madera tradicionales. Las sillas están
ubicadas casi en semicírculo, al centro se ha armado una cruz en el piso.
El celebrante es joven, la celebración es juvenil, el viejo
órgano ha sido reemplazado por una guitarra, con una guitarrista que con
sencillez pero con un dominio exquisito acompaña las canciones, todos tienen
¡un cancionero con canciones actuales!. (En casi todos los otros templos están
los cancioneros con himnos de los siglos pasados que son parte del patrimonio
religioso de las iglesias alemanas. Y cuando decimos siglos pasados hablamos de
1400, 1500, etc.).
Hay un aire fresco en esta parroquia, quieren que los y las jóvenes sientan que Dios no es abuelito, que piensa y siente como joven también, que tiene las mismas preocupaciones. En esta parroquia quieren oler a rebaño joven.
Hay un aire fresco en esta parroquia, quieren que los y las jóvenes sientan que Dios no es abuelito, que piensa y siente como joven también, que tiene las mismas preocupaciones. En esta parroquia quieren oler a rebaño joven.
Otra.
El tiempo final fue Francia, París.
Coincidencias, que le dicen, nos permitieron cantar con los
misioneros y misioneras francesas que han venido a regalar su vida en nuestras
tierras.
Y presidía la reunión, el Presidente de la Conferencia
Episcopal Francesa.
Nos tocaba estar en medio de toda la estructura
eclesial. Un sacerdote amigo, se enteró
en Enero que Siembra estaría en Europa a mediados de Febrero, así que movió
todo para que Francia no estuviera al margen de nuestra visita.
Coordinó nuestra presencia en la reunión en la Conferencia
Episcopal, buscó el tiempo, pidió los permisos, y una semana antes de iniciar
el viaje, nos confirmaba que estábamos incluidos.
Definitivamente, el viento fresco que está soplando por el
Vaticano, está remozando compromisos, recargando sueños, alimentando
futuros. Nos gusta, de hecho ya hacía
falta abrir algunas compuertas “para que entre el aire del mundo”, como decía
el viejo Juan XXIII, y vaya que las abrió.
Y aunque lo que ocurrió después sea ingrato para la dignidad de los y
las pobres del mundo, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista,
dice el dicho popular, así que sentíamos ese viento renovador en medio de la reunión.
Otra vez se estaban abriendo las ventanas para que el aire refresque las viejas
estructuras.
La mayoría, felizmente, sabía nuestro castellano, así que
fue cantar a una sola voz: “Querido Padre, no se agoten tu ternura y tu
consuelo…” aunque la egge no se entendiera bien, sospechamos que Dios sí
entendía lo que estábamos cantando, rezando, pidiendo.
Muchos misioneros y misioneras reconocieron las canciones, El profeta, cómo no, “es que esa canción la conocen hasta las piedras”, y entonces les hablamos de Gilmer, de cómo promovió al grupo, de su gran aporte en un tiempo especial de nuestra iglesia latinoamericana. Todos tenían recuerdos vívidos de alguna canción latina, siembreña, acompañando su compromiso.
Y si eso no era suficiente, fue emotivo el ponerse a los
pies de una imagen de María para decirle a la señora María “que al oído le
cuentes al Padre que en toda mi vida, de Él quiero ser”.
Para finalizar nos quedamos con el deseo del
obispo-presidente, cercano, amable, (no quería, ni parecer príncipe)
felicitándonos y dándonos aliento.