“Me entraron nostalgias, lloré, qué lindo fue decir gracias cantando” nos compartía un compatriota latinoamericano, colombiano, en Friburgo – Suiza.
La visita a Suiza fue por pocos días, esta vez. Tres días, lo justo.
Tres días intensos para seguir con la labor, cantar y contar, de Dios y sus peripecias entre los pobres del tercer mundo, y de los pobres y sus encuentros y encontrones con el poder del dinero y con los otros poderes.
El primero, en Lausanne, con compatriotas peruanos, y con compatriotas de la patria grande. Una noche de solidaridad, de hermandad, de renovar la vida, de reconectar los cargadores de esperanza y sueños.La Asociación Cultural Perú, había buscado por todos los medios que tuviéramos el concierto. Para comenzar nos movió el programa concertado para conseguir en día libre en la agenda, sacrificamos el descanso para tener el concierto. Correteó para conseguir el local, para agenciarse de los equipos, para la propaganda, para las traductoras, para… todo.
Con el salón cargado de sentimiento latinoamericano, tuvimos una noche especial, demasiado, porque, además, Gina, el motor de todo, estaba en medio de una situación suprema, pero pudo más su fe en el Dios de la Vida, para conseguir que quienes asistieran tuvieran la misma experiencia del Dios amoroso que no nos suelta de su mano y que siempre busca y nos alienta a que superemos todas, todas las adversidades.
El primero, en Lausanne, con compatriotas peruanos, y con compatriotas de la patria grande. Una noche de solidaridad, de hermandad, de renovar la vida, de reconectar los cargadores de esperanza y sueños.La Asociación Cultural Perú, había buscado por todos los medios que tuviéramos el concierto. Para comenzar nos movió el programa concertado para conseguir en día libre en la agenda, sacrificamos el descanso para tener el concierto. Correteó para conseguir el local, para agenciarse de los equipos, para la propaganda, para las traductoras, para… todo.
Con el salón cargado de sentimiento latinoamericano, tuvimos una noche especial, demasiado, porque, además, Gina, el motor de todo, estaba en medio de una situación suprema, pero pudo más su fe en el Dios de la Vida, para conseguir que quienes asistieran tuvieran la misma experiencia del Dios amoroso que no nos suelta de su mano y que siempre busca y nos alienta a que superemos todas, todas las adversidades.
Dos días después, en domingo, en la parroquia donde se reúne la comunidad latina, la del Sacre Cuore, mejor dicho, del Sagrado Corazón, juntos y juntas celebrábamos a Dios en medio de su pueblo.
El encuentro al final de la actividad, con paisanos y paisanas argentinas, colombianos, chilenas, paraguayos, era emotivo, todos con el corazón caliente: “hemos cantado oraciones con ustedes, gracias por devolvernos la tierra”.
Y brotaron sus historias, de cómo llegaron, de cómo tuvieron que adaptarse, de cómo tuvieron que superar ambientes extraños, lejanos, distintos. De cómo lloraron embriagados de nostalgia, pena y ausencia.
Y cómo se construyeron un campito en medio de una sociedad distinta para integrarse a ella sin dejar de ser latinoamericanos.
Y brotaron sus historias, de cómo llegaron, de cómo tuvieron que adaptarse, de cómo tuvieron que superar ambientes extraños, lejanos, distintos. De cómo lloraron embriagados de nostalgia, pena y ausencia.
Y cómo se construyeron un campito en medio de una sociedad distinta para integrarse a ella sin dejar de ser latinoamericanos.
Y ocurrió lo mismo en París, con Canta Latinoamérica, un coro de 50 voces, dirigido por el recordado Ricardo. Un concierto a templo lleno, en La Anunciación, nos contaban emocionados que “yo canto al Señor…” sonó multitudinario en Notre Dame, cuando se juntaron dos coros, unas 100 voces en una celebración especial.
Ahora que nos habían escuchado, nos decían alegres, tenían un repertorio mayor para las próximas veces.
Hubo tiempo de compartir algo de comida, queso y vino, por supuesto, estamos en Francia, faltaba más, y compartir también esa sensación bonita de estar entre colegas unidos por el canto y las ganas de cambiar el mundo.
La música tiene sus caminos que sólo ella conoce, de alguna manera se las ingenia para unirnos en un sentimiento, en una voz.
“Me entraron nostalgias, lloré, qué lindo fue decir gracias cantando” nos compartía el compatriota colombiano en Friburgo – Suiza, las canciones habían hecho su trabajo, nos unieron y por un ratito dejamos de sentir que estábamos en tierra extraña.