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25.3.15

ESE AIRE FRESCO

Primera.
Es el primer domingo de cuaresma, es de noche, vamos a acompañar una celebración especial. 
Ingresamos al templo y aquello nos desborda, lo que vemos no se parece exactamente a la idea que tenemos de un templo.
En el interior se ven luces moradas que iluminan las columnas desde la base, de otro lado se ve toda una instalación de luces, de sonido, una gran pantalla multimedia.  No parece una discoteca, pero, templo, lo que se dice templo… tampoco.
En un rincón, separado con biombos adornados, un espacio donde gran espejo tiene en los bordes preguntas personales para ayudar a revisar la vida.  Al costado un par de sillas, frente a frente y luego un lugarcito donde hay restos de papeles quemados. ¡El confesionario!.
Las sillas son de metal, de colores, no como las bancas de madera tradicionales.  Las sillas están ubicadas casi en semicírculo, al centro se ha armado una cruz en el piso.
El celebrante es joven, la celebración es juvenil, el viejo órgano ha sido reemplazado por una guitarra, con una guitarrista que con sencillez pero con un dominio exquisito acompaña las canciones, todos tienen ¡un cancionero con canciones actuales!. (En casi todos los otros templos están los cancioneros con himnos de los siglos pasados que son parte del patrimonio religioso de las iglesias alemanas. Y cuando decimos siglos pasados hablamos de 1400, 1500, etc.). 
Hay un aire fresco en esta parroquia, quieren que los y las jóvenes sientan que Dios no es abuelito, que piensa y siente como joven también, que tiene las mismas preocupaciones.  En esta parroquia quieren oler a rebaño joven.




Otra.
El tiempo final fue Francia, París.
Coincidencias, que le dicen, nos permitieron cantar con los misioneros y misioneras francesas que han venido a regalar su vida en nuestras tierras.
Y presidía la reunión, el Presidente de la Conferencia Episcopal Francesa.
Nos tocaba estar en medio de toda la estructura eclesial.  Un sacerdote amigo, se enteró en Enero que Siembra estaría en Europa a mediados de Febrero, así que movió todo para que Francia no estuviera al margen de nuestra visita.
Coordinó nuestra presencia en la reunión en la Conferencia Episcopal, buscó el tiempo, pidió los permisos, y una semana antes de iniciar el viaje, nos confirmaba que estábamos incluidos.
Definitivamente, el viento fresco que está soplando por el Vaticano, está remozando compromisos, recargando sueños, alimentando futuros.  Nos gusta, de hecho ya hacía falta abrir algunas compuertas “para que entre el aire del mundo”, como decía el viejo Juan XXIII, y vaya que las abrió.  Y aunque lo que ocurrió después sea ingrato para la dignidad de los y las pobres del mundo, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, dice el dicho popular, así que sentíamos ese viento renovador en medio de la reunión. Otra vez se estaban abriendo las ventanas para que el aire refresque las viejas estructuras.
La mayoría, felizmente, sabía nuestro castellano, así que fue cantar a una sola voz: “Querido Padre, no se agoten tu ternura y tu consuelo…” aunque la egge no se entendiera bien, sospechamos que Dios sí entendía lo que estábamos cantando, rezando, pidiendo.
 
Muchos misioneros y misioneras reconocieron las canciones, El profeta, cómo no, “es que esa canción la conocen hasta las piedras”, y entonces les hablamos de Gilmer, de cómo promovió al grupo, de su gran aporte en un tiempo especial de nuestra iglesia latinoamericana.  Todos tenían recuerdos vívidos de alguna canción latina, siembreña, acompañando su compromiso.
Y si eso no era suficiente, fue emotivo el ponerse a los pies de una imagen de María para decirle a la señora María “que al oído le cuentes al Padre que en toda mi vida, de Él quiero ser”.
Para finalizar nos quedamos con el deseo del obispo-presidente, cercano, amable, (no quería, ni parecer príncipe) felicitándonos y dándonos aliento.
Por un rato, la Conferencia Episcopal Francesa se llenó del sonido de las quenas y zampoñas acompañando ese aire fresco que sentíamos allí.

ENCUENTRO CON LOS PAISANOS

“Me entraron nostalgias, lloré, qué lindo fue decir gracias cantando” nos compartía un compatriota latinoamericano, colombiano, en Friburgo – Suiza.
La visita a Suiza fue por pocos días, esta vez. Tres días, lo justo.


 Tres días intensos para seguir con la labor, cantar y contar, de Dios y sus peripecias entre los pobres del tercer mundo, y de los pobres y sus encuentros y encontrones con el poder del dinero y con los otros poderes.

El primero, en Lausanne, con compatriotas peruanos, y con compatriotas de la patria grande. Una noche de solidaridad, de hermandad, de renovar la vida, de reconectar los cargadores de esperanza y sueños.
La Asociación Cultural Perú, había buscado por todos los medios que tuviéramos el concierto. Para comenzar nos movió el programa concertado para conseguir en día libre en la agenda, sacrificamos el descanso para tener el concierto. Correteó para conseguir el local, para agenciarse de los equipos, para la propaganda, para las traductoras, para… todo. 

Con el salón cargado de sentimiento latinoamericano, tuvimos una noche especial, demasiado, porque, además, Gina, el motor de todo, estaba en medio de una situación suprema, pero pudo más su fe en el Dios de la Vida, para conseguir que quienes asistieran tuvieran la misma experiencia del Dios amoroso que no nos suelta de su mano y que siempre busca y nos alienta a que superemos todas, todas las adversidades.
 
Dos días después, en domingo, en la parroquia donde se reúne la comunidad latina, la del Sacre Cuore, mejor dicho, del Sagrado Corazón, juntos y juntas celebrábamos a Dios en medio de su pueblo.
El encuentro al final de la actividad, con paisanos y paisanas argentinas, colombianos, chilenas, paraguayos, era emotivo, todos con el corazón caliente: “hemos cantado oraciones con ustedes, gracias por devolvernos la tierra”.
Y brotaron sus historias, de cómo llegaron, de cómo tuvieron que adaptarse, de cómo tuvieron que superar ambientes extraños, lejanos, distintos. De cómo lloraron embriagados de nostalgia, pena y ausencia.
Y cómo se construyeron un campito en medio de una sociedad distinta para integrarse a ella sin dejar de ser latinoamericanos.
 
Y ocurrió lo mismo en París, con Canta Latinoamérica, un coro de 50 voces, dirigido por el recordado Ricardo. Un concierto a templo lleno, en La Anunciación, nos contaban emocionados que “yo canto al Señor…” sonó multitudinario en Notre Dame, cuando se juntaron dos coros, unas 100 voces en una celebración especial.

Ahora que nos habían escuchado, nos decían alegres, tenían un repertorio mayor para las próximas veces.
Hubo tiempo de compartir algo de comida, queso y vino, por supuesto, estamos en Francia, faltaba más, y compartir también esa sensación bonita de estar entre colegas unidos por el canto y las ganas de cambiar el mundo.

La música tiene sus caminos que sólo ella conoce, de alguna manera se las ingenia para unirnos en un sentimiento, en una voz.

“Me entraron nostalgias, lloré, qué lindo fue decir gracias cantando” nos compartía el compatriota colombiano en Friburgo – Suiza, las canciones habían hecho su trabajo, nos unieron y por un ratito dejamos de sentir que estábamos en tierra extraña.