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4.2.18

EN LA TIERRA DE LA MADRE DE DIOS


“¿Creen que podrían apoyarnos? ¿Tendrán tiempo?”.  No había nada que pensar. ¡Claro que sí!.  Nosotros que les buscábamos y ellos que nos encontraron.

Francisco había anunciado su visita al Perú, Puerto Maldonado, Trujillo y Lima eran las ciudades elegidas.  Para ponernos a disposición de nuestra iglesia no había mucho que escoger, pensamos que quizá en el Vicariato de Puerto Maldonado podríamos ser más útiles.
Nuestro trabajo pastoral ha sido, desde siempre, el acompañar a nuestro pueblo en sus diversos momentos, de celebración, de oración, de alegría, de reflexión, etc. y este no era la excepción.  Un momento tan importante para la vida de fe de nuestro pueblo, el encuentro con su pastor, teníamos que acompañarlo, vivirlo en medio de.

Una de las primeras cosas fue el hacer una canción para preparar ese momento.  Hecha la canción, para la musicalización buscamos apoyo musical para que la canción tuviera “aire amazónico”. 
Primer aprendizaje.  Pasa que olvidamos lo importante que es escuchar antes.  Muy tromes nosotros, hicimos una versión muy a lo Mirlos pasando por Juaneco.  Cuando la escucharon nos dijeron que aquello no era posible, que esa es la versión que se ha creado para los turistas, que las comunidades nativas tienen otros sonidos, otros ritmos. 
(Y es que los músicos, las personas de arte en general, solemos escucharnos a nosotros mismos, buscamos a nuestras musas, hablamos desde nuestra experiencia y pensamos que todos la sienten así y así tiene que ser.  Cuántas veces habremos deslindado de esa manera de pensar, pero, hete ahí, que caímos una vez más).

Pasada la vergüenza inicial y contando con la indulgente comprensión de nuestros pastores, rehicimos la instrumentación en una versión más siembreña, más popular.  La cancioncita nos la pidieron de varias comunidades y la comenzaron a cantar en sus jornadas y sesiones donde se preparaba la espera.  En el camino se hacía el concurso para el himno oficial, así que una vez que éste fue definido, la dejamos descansar.  (Por ahí todavía, ahora que Francisco volvió a su casa, en algún lugar la volvimos a escuchar, “porque nos gusta pues”).

Puerto Maldonado es una ciudad pequeña, con alrededor de 100,000 habitantes, pero para el encuentro con Francisco se esperaba más del doble.  Aquello era un tráfago de actividades, donde lo central estaba en el encuentro que Francisco tendría con las comunidades indígenas que vendrían de todas las diócesis de la amazonía, además de las que vendrían de Brasil y de Bolivia.
Fuimos testigos del trabajo enorme de un equipo de personas liderado por el Obispo, Monseñor David, que se compraron el pleito y lo hicieron genial.  “En la próxima visita, el Papa ya no nos pilla desprevenidos, ¡ahora somos especialistas!”.
Días previos se hizo la Asamblea Pastoral del Vicariato, donde más de 300 agentes pastorales discutían su Plan de Trabajo a partir de la Evangelli Gaudium, nos tocó apoyar el trabajo con los jóvenes de la Pastoral Juvenil.

La noche previa a la llegada de Francisco era la Vigilia en la Plaza de Puerto, a partir de las 6:00 de la tarde.  Con los agentes pastorales, las personas de las hermandades, la gente que había venido en peregrinación y la población reunida fue un momento de oración, de alegría, de unción que terminaría a la medianoche con la procesión de las imágenes que eran llevadas hacia la explanada para el encuentro con Francisco.  


La preparación de la “Vigilia de la Esperanza y la Misericordia” –que se nos encargó- había sido un momento rico y de mucho aprendizaje, de una práctica ecuménica para poder llegar a buen puerto dadas las tan diversas maneras de vivir el evangelio que tenemos al interior de nuestra iglesia. (Segundo aprendizaje: respete las diversas formas de hacer carne el evangelio, la suya no es la única).
El punto alto de esa noche hermosa fue la presentación de “Sin límites”, grupo musical integrado por internos del penal que también estaban viviendo intensamente la venida de Francisco.  La colaboración y buena disposición del Director del Penal permitió ese encuentro que coronó el momento especial de la oración.

Al día siguiente, muy temprano, de madrugada ya estábamos ubicados en nuestro lugar.  El día anterior habíamos hecho la prueba de sonido, interrumpido por las lluvias que estaban empecinadas en cantar con nosotros. 

El coro del Vicariato, responsable del encuentro en la explanada, estaba formado por más de 100 personas, desde niños hasta personas mayores, y venían ensayando desde meses antes.  ¡Qué lindo que cantaban!, y tenían como apoyo a muy buenos músicos.  Teníamos que sumarnos para animar la espera de Francisco, ya que las personas estaban desde la madrugada y el Papa recién vendría hacia las 11 am.  Así que el “show” comenzó a las 6 de la mañana y entre videos y canciones fuimos calentando el ambiente.
La espera nunca es larga cuando el corazón está feliz.  Llegó Francisco desde el coliseo donde se había reunido con las comunidades nativas.  Las más de 150,000 personas nos deshicimos de alegría. Después de unas vueltas para estar cerca de todos, el papamóvil llegó al lugar preparado para él, estaba a unos pocos metros de nosotros. 

Hombre sencillo, directo.  No tenía apariencia -ni quería tenerla- de príncipe ni mucho menos exigía trato de eminencia o excelencia.  Hombre simple, pastor, quería estar cerca de este “su” pueblo.  El enorme abrazo que se dio con la familia que le dio la bienvenida era el retrato de este pastor, a Francisco lo puedes abrazar, dar la mano.
Francisco lucía la emoción del encuentro previo con las comunidades nativas, y mirando a toda la gente reunida, nos instó: “Tengo esperanza en ustedes, en el corazón de tantas personas que quieren una vida bendecida. Han venido a buscarla aquí, a una de las explosiones de vida más exuberante del planeta. Amen esta tierra, siéntanla suya. Huélanla, escúchenla,  maravíllense de ella. Enamórense de esta tierra Madre de Dios, comprométanse y cuídenla. No la usen como un simple objeto descartable, sino como un verdadero tesoro para disfrutar, hacer crecer y transmitirlo a sus hijos.”
Recibimos el encargo, luego de la bendición seguía su camino. Entonces, “Yo canto al Señor, mi Dios creador, por la vida nuestra vida que hoy quiere vivir” era la oración cantada con todos con la que despedimos a Francisco que se iba a otro encuentro.  

Al pasar a nuestro lado, nos regaló su bendición, su alegría, sus ganas de construir una tierra nueva donde cada hombre y cada mujer podamos vivir a plenitud.

Hace 32 años habíamos acompañado a otro Papa, en Villa El Salvador, cuando Juan Pablo tuvo su encuentro con los pueblos jóvenes.  Ahora, disfrutamos de este nuevo regalo: estuvimos con Francisco en su encuentro con la tierra de la Madre de Dios.