Esta fue una semana linda, como para, llegada la noche,
antes de acostarse, buscar el rostro de Dios, darle un besito y decirle: gracias,
corazón.
Comenzó el jueves pasado. En Castro Castro.
Cada encuentro en la cárcel es siempre especial, tiene algo
atractivo. Este no fue la
excepción. En este canto por la vida, el
programa incluía testimonios de internos.
Y quienes compartieron fueron demasiado generosos. Compartieron la experiencia de Dios en sus
vidas, en vidas que tienen condena de 8, 18 – 20 años, de prisión, uno
condenado a cadena perpetua.
Nos contaron de cómo es el gran choque que representa el
darse cuenta que no tienen libertad, de no poder desplazarse por donde quieran,
de no poder hacer lo que habitualmente hacen.
Y de cómo tienen que aprender a vivir con personas con
quienes solo les une el requerimiento de la justicia por alguna falta contra
ella. Una convivencia que no es fácil
porque está signada por la ausencia de las personas de a diario, del barrio,
de casa.
Y lo tercero, lo más duro, es cómo afrontar la vergüenza que
siente la familia. En un caso, a este
interno, toda su familia le dio la espalda, decidieron retirarle del lugar de
sus afectos, de su núcleo más querido.
Esa pérdida era lo más duro que había tenido que soportar, y aunque lo
entendía, no lo podía justificar.
Y, entonces, la pregunta: “¿Dios, qué tienes tú que ver con
todo lo que me está pasando?” “¿era esto lo que me tenías preparado a mí?”.
Y nos contaron cómo encontraron el rostro cariñoso de Dios,
esperándoles, sonriente, acogiéndoles, acompañándoles, acongojándose con
ellos. Compañeros de prisión que
mostraban ese rostro cercano de Dios, aparecían solidaridades para sentirse
acompañados, cercanías para no dejar que el frío de la soledad les entumezca el
corazón.
Y nosotros que habíamos ido a cantar sobre el amor de Dios,
sobre su gusto por la vida. Nos lo encontramos encerrado en la prisión,
devolviendo la dignidad a estas personas, trabajando duramente en cada pabellón,
a donde entraba, muchas veces, sin ser invitado.
Salir con mirada limpia y el corazón renovado nos hacía ver
mejor nuestra propia vida.
Y otra vez, nos tocó acompañar a la comunidad de Ate
Vitarte.
El concierto era parte del programa de reflexión y formación
que estaban haciendo en la semana para tratar de ver y comprender el país, para
soñar con él y tener esperanza, y volver animados y animadas a las calles para
construir el reino que Dios nos tiene prometido.
Ate Vitarte es histórico, aquí se gestaron las luchas por
las 8 horas de trabajo para los obreros, aquí se realizaron innumerables
actividades a favor de los trabajadores cuando habían injusticias en las muchas
fábricas del sector.
El templo pequeño se llenó rápidamente, tenían los textos de algunas canciones que querían que fueran parte del concierto, porque significaban mucho en toda su historia y compromiso. Así que fue una noche para cantar a una voz, cargados de esperanza y futuro, mirar la realidad y analizarla desde el amor de Dios para con su pueblo.
Y juntar las bancas para hacer espacio y bailar y alegrarnos con la buena
noticia de un Dios que nos trae su Reino, porque nos ama.
Y otra vez, esa sensación de sentir que recibimos más de lo
que damos, de recoger mucho más que lo que hemos sembrado.
Y reconocer que nuestro Dios se vale de todo para recordar a
su pueblo, siempre: “te quiero, estoy a tu lado, no te olvido, te acompaño,
esta parte del camino la sigo haciendo contigo, tus luchas son las mías”.
Y esto se reafirmó de una manera mucho más intensa todavía.
En la capillita de Santa Rosa, en el cerrito, en Campoy, una
congregación querida cumplía 150 años de vida.
Decir congregación, como que queda muy grande, porque inmediatamente
pensamos en toda la estructura institucional que rodea la palabra. Ellas son congregación, efectivamente, pero
algo diferentes. Su “trabajo” es vivir en medio de los pueblos y con su vida
dar testimonio de su seguimiento a Jesús, el moreno de Nazareth. Y acompañar al pueblo, vivir en medio de
ellos, caminar con las vecinas, vecinos, estar en la cotidianeidad del pueblo.
Y al momento de la acción de gracias, de las muchas intervenciones,
recordamos al señor que lo hacía: “porque ellas vinieron a vivir con nosotros,
en La Parada, en Tacora, ahora le dicen 28 de Julio, pero nosotros sabemos que
es Tacora. Ahí las hermanitas
recorrieron nuestros mismos caminos”. Y
esa es su obra social, vivir con el pueblo.
Y ese sentido de comunidad, de vecinos y vecinas, de pueblo,
fue rico. Como cuando la radio no
funcionó para poner el Cd y una pareja pudiera bailar la marinera, ante el
aviso de si alguien tenía uno, varios vecinos corrieron a sus casas a buscar,
“a ver si el mío sirve”.
Y ahí estaba Él, sonriente, feliz, en el cerrito, en este
lugar alejado del centro, mostrándonos su rostro alegre, recordándonos nuestro
destino: sean felices. Como en la multiplicación de los panes, a compartir lo
que se tiene, para que alcance para todos, o como en Caná, a traer lo necesario
para que la fiesta continúe.
Fue una semana linda, como para, llegada la noche, antes de acostarse,
buscar el rostro de Dios, darle un besito y decirle: gracias, corazón.