Todo estaba dispuesto.
El chino, amigo de varios años, compañero de canto y de servicio, se la
había pasado buscando la fecha libre con varios meses de antelación.
- Ahora vivo
en Juan Pablo II y queremos que vengan por acá.
Una vez que encontramos fecha -15 de octubre – se puso más
que contento,
- La fecha
nos viene bien, ¡es cerca del aniversario de la capilla!.
Entonces, era un festival “Por la paz”, una tarde de domingo, en la plaza del pueblo. El sol no quería alumbrar del todo, la tarde estaba fría, el color de la arena y tierra en las casas. Teníamos que cantar por la paz en un ambiente tenso, una atmósfera de temor y terror. A cada rato había que mirar los cerros para confirmar que todo estaba bien.
“Esa mañana salí
temprano al trabajo, y cuando salí de mi casa todo era desorden en la calle y
en la plaza. La bandera peruana por el suelo,
habían banderas rojas, huellas de sangre.
Todo era feo, pero tenía que irme al trabajo y me fui con dudas. Por la noche, al regresar, encontré a mi
esposa temblando: han matado al vecino” nos cuenta ahora uno de los vecinos
de la comunidad cristiana. Han pasado 25
años y sigue fresco el recuerdo.
Era la noche del 14 de setiembre del 91. Esa noche, un
comando de aniquilamiento de Sendero Luminoso buscaba a Fortunato Collazos,
dirigente del barrio. Tenían el nombre,
pero a él no lo conocían. Preguntaron
por él a Alfredo Aguirre, el secretario de prensa, y, él, viendo a estos
encapuchados con armas en la mano, les contesta para qué lo buscan. –No es tu problema, dicen ellos. Entonces, mirándoles a los ojos, les dice, “si es contra mi vecino, es contra mí”. Desconcertados los senderistas ante la
valentía de este hombre, no saben qué hacer, deciden llevarlo a él. Ubican a Fortunato, y en medio de la plaza,
como escarmiento para todos, los ponen de rodillas y los asesinan. Dos vidas
sencillas le ganaron esa noche al terror.
Sendero Luminoso perdió esa noche, en Juan Pablo II un hombre, simple,
un dirigente, un vecino, un amigo, les había ganado la guerra.
En medio del concierto de ayer, era imposible no recordarle, aunque muchos jóvenes que estaban ahí no conocían la historia de su pueblo. Pero, al hablar del compromiso, de entregar la vida por el pueblo, cómo hablar de un tal Jesús de Nazaret que nos amó hasta el extremo, hasta dar
su vida por sus amigos, sin nombrar a Alfredo Aguirre. No eran necesarias más palabras, su vida hablaba sola, y había que hacerla presente.
Y cantamos a Jesús pensando en Alfredo, o al revés.
Cantamos a la vida que vence a la muerte,
cantamos al amor que vence a la indiferencia. Cantamos a Dios que se hace vida,
que se hace pueblo, que tiene el rostro color de la tierra de Juan Pablo II.
En medio del pollito compartido al final de concierto,
sentíamos que Alfredo nos abrigaba contento en medio de su comunidad.