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27.12.15

EN MEDIO DE LOS POBRES

Fue especial.
Estas fiestas del recuerdo de la encarnación de Dios nos trajo mucho más que eso. Nos trajo vida. 
Dios se hace humano en las personas más pequeñas. Y desde ahí nos habla, nos ama. Y esta vez nos habló harto, se nos acercó animoso, nos apapachó.

Comenzó en Ancón II, la cárcel segura de Lima.

Agentes pastorales de diferentes confesiones se habían unido para celebrar con los presos la fiesta de la Natividad. En el patio, más de 400 hombres, de diferentes edades, (estaban también los de Maranguita que fueron reubicados ahí), adolescentes y hombres mayores, en un espacio para hablar y pensar en Dios hecho ser humano.
Venciendo el sol, el calor, estábamos reunidos en nombre de Dios.  Hubo alabanzas, glorias a Dios, gritos de júbilo. Y luego, era nuestro turno.
Cantamos, invitamos a cantar juntos, a bailar: a celebrar la vida.  Dios nos ama por encima de todas nuestras circunstancias, nunca dejamos de ser su creación perfecta.
Al final, siempre al final, es lo más rico de todo.  Conversar, unidos por el amor de Dios, unidos por la música. Se nos iban acercando, renunciando a veces a su chocolate final, para conversar. De nuestras historias, de sus historias. Descubrir nuestras pequeñeces humanas que nos igualan.

Un hombre mayor nos pidió estar en el bautizo de su hijita, en el mes de marzo. "Quizá yo no pueda salir, pero quiero que estén ustedes, con las mismas canciones, porque entonces así yo estaré presente".
Dios hizo lo que quiso, esa tarde en el penal. Y con nosotros.
Nos retiramos todavía con el corazón caliente, en silencio, para que no se enfríe el calorcito de ese momento.



Sin mucho pensar, a preparar maletas porque Santo Tomás de Quillo, de Luya, Amazonas, nos esperaba.  Vuelo a Tarapoto y luego 10 horas por carretera.
Sólo el cariño, la amistad y la fe compartida, consiguieron que estuviéramos presentes.  La religiosa -párroca-, que comparte la vida, los sueños, carencias y vida de la gente consiguió convencer a los mayordomos de la necesidad que el Grupo Siembra estuviera presente.  Los mayordomos algo escépticos aceptaron, sin conocernos.
Llovía, el barro desbordaba por todos lados, ¿qué hacemos con la serenata?.  Pensamos que el aguacero inoportuno interrumpiría las celebraciones. No señor, nada detiene las celebraciones, cuando Dios está contento con su pueblo.
Finalmente, con la lluvia algo adormecida, en medio de la fiesta, el maestro de ceremonias anunció, "ahora vamos a escuchar al Grupo Siembra que ha venido desde Lima".  Y el Grupo Siembra, con temores, con frío, con ganas comenzó a cantar.

Como siempre, compartir la vida al final del concierto es lo más rico.  Las personas se sienten identificadas con alguna canción, con alguna de las letras que vienen ahí, las hacen suyas y quieren que lo sepamos.
"Gracias por hablar de nosotras, que también para Dios somos importantes" nos decía una señora, para pedirnos luego que volviéramos para la otra fiesta.
Y los y las jóvenes cantando, bailando, en medio de barro, mojados por fuera (y algunos por dentro también) nos contaban de esta noche especial, diferente a otras.

Al día siguiente, la Eucaristía, con todo el pueblo, cantando juntos nos uníamos en un pueblo con una sola voz, cantándole a su Dios.
Como casi todos los pueblos de las otras provincias del país, durante el año son casi desiertos, solamente quedan los viejos, las viejas.  Todos y todas las demás salen a buscar mejor futuro en alguna capital distrital, provincial o departamental.  Pero cuando llega la fiesta, entonces a volver se ha dicho.  Reencuentros, alegrías, penas, risas y calor compartidos.  Después todos y todas volverán otra vez a sus lugares, sólo que esta vez, quizá tarareando algún verso aprendido, con Dios que esa noche también, como otras, envuelto en su poncho se puso a bailar en medio de su pueblo.